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11 de marzo de 2008

Escocia Mística


Tierra de leyenda, de vastas montañas solitarias, de cielos oscuros y nublados, sobre ciudades medievales esculpidas en piedra negra. Tierra de druidas, de poetas y de guerreros, cuna de Walter Scott y de William Wallace. Tierra misteriosa, oscura, inabarcable, azotada por un viento agotador que susurra ecos del pasado...


Ritos de magia, Cantos guerreros, versos que cantan a una tierra sin nombre. Reyes destronados, príncipes asesinados, lúgubres mazmorras donde aguarda el olvido. Una tierra salvaje, en cuyos valles encantados aún resuenan versos de Scott...."La rosa es más bella bañada por el rocío de la mañana, y el amor más hermoso humedecido de lágrimas..."

Valles oscuros que esconden lagos oscuros, y extrañas historias de seres imposibles que en sus aguas han visto vagar....

Y una Gran Ciudad, bella como ninguna....Edimburgo...



Grandiosa entre mil montañas,
tras su espalda
ruge el mar. De oscuros y fríos vientos,
y en sus piedras,
el lamento
de quien no supo olvidar…

Mil historias escuché, a la luz del fuego narrar…
Catedrales de oro y piedra,
oíd sus calles,
silenciosas...
De atormentados castillos
y de poetas sin fosas,
y de sangre vertida
al derramar…

Recuerdos de un mal amar,
de un dolor casi violento…llantos como un firmamento de lágrimas sin hogar...

Entre tus calles de añeja piedra,
yo vi a mi vida pasar,
huyendo burlada
y cobarde…
y así aprendí a fracasar.


¡Violínes ahogados, cantad!
hacedlo por no llorar…
Viejas historias contad,
vastos muros huídos…

Oscuras calles oirán...
Tal vez, de amores perdidos,
o de lágrimas
que se arrastran
por llegar hasta el mar…









Texto, fotografía

y poema "Edimburgo", Juanjo Jiménez

9 de marzo de 2008

Perú Mágico

He atravesado sus inmensas cordilleras de piedra y selva, hasta la Gran Ciudad Prohibida, lugar sagrado envuelto en la leyenda de sus ritos paganos y de las cumbres misteriosas que la custodian....""las luces se ven allí, sobre las montañas" -dice mi guía -. ¿Ovnis? - le pregunto. Y el asiente. Eso no importa, es parte del mito. Pero este lugar tiene algo. Impresiona. Me pregunto qué debían saber y sentir las personas que vivieron aquí...Cuando bajo de nuevo a Aguas Calientes me siento nuevo y diferente....


He visto al Gran Dios, sumergido en la noche de la jungla, en compañía de un extraño chamán, y de nuestra Siempre Sabia y Bienamada Doctora Ayaguasca...."Todo es mente" -me dice el chamán. Y luego se queda en silencio mientras fuma su pipa negra, y me canta echando el humo, para ahuyentar los malos espíritus que se esconden en la oscuridad de la noche.....Me acuerdo de Don Juan con Mescalito...."Doctora ayaguasca...."-intento decir - "No hables" - contesta - ...con la mente, no más...." y me pierdo en el silencio de la selva, que me envuelve....y un Gran Ojo me mira..... Escuchar la jungla por la noche sobrecoje. Se te mete muy dentro. La fuerza de este lugar no se puede describir. Hay que sentirlo. La selva te habla, y uno se estremece, atónito y humilde....y se queda en silencio, asombrado de semejante milagro....el placer ha sido mío, bienamada doctora, gran sabia Ayaguasca, planta sagrada y misteriosa....


Al día siguiente, ya de día, tras dos horas de camino detrás de un nativo a través de la jungla, nos paramos a descansar frente a la entrada de un lago. "Llevo mas de veinte años recorriendo esta selva. La conozco bien ... aquí en las noches se oyen cantos....- y se queda mirando la selva que surge desde las entrañas del lago. "¿Cantos? -le pregunto. "Si, son las sirenas..."- se levanta y
reemprende el camino, como si lo que acabara de decir fuera lo más normal del mundo....


He navegado por su mar interior, el Titicaca, que fué el mar de los Uros, cuya sangre era negra y cuyos ritos sagrados se basaban en el recuerdo de su origen no terrestre... He cruzado sus desiertos de tierra muerta y roja, surcada de extrañas figuras de cientos de metros de longitud, horadadas en la arena yerma del desierto nadie sabe cuándo ni por qué....



Ya no soy el mismo.
Este lugar es un enigma. Perú Mágico. Extraordinario. Otro mundo.









Fotografía y texto, Juanjo Jiménez





4 de marzo de 2008

Bienvenidos a Antigüedad (y II)








Lo prometido es deuda. Los Jiménez Brothers, cargados con cámaras, grabadoras y ese sentimiento ineludible de quien se aventura hacia lo desconocido, hemos cruzado las llanuras castellanas BUSCANDO VER. Si Iker Jiménez nos mostró la cara oculta de este pueblo esculpido en la leyenda, nosotros hemos querido llegar más allá. Y tenemos que decir que el halo que rodea Antigüedad, en forma de luces que sobrevuelan los campanarios y de cánticos brotando de las paredes de sus ermitas, seguirá siendo indescifrable. No ha querido el caprichoso hado que fuéramos testigos del mito. Y sin embargo, este antiguo pueblo desconocido nos ha regalado muchas otras sorpresas y nuevos misterios.


Caía la noche cuando llegamos al pueblo. Las carreteras que rodean el enclave son sinuosas y solitarias, y en la oscuridad del atardecer, necesitamos recorrerlas una y otra vez hasta encontrar el desvío que abandona la carretera para adentrarse en el pequeño valle que conduce al promontorio sobre el que se alza, humilde y majestuosa, la no menos misteriosa ermita de Villella. La inclinación y humedad de la pendiente nos obligó a varar el coche a cien metros de la ermita. Después de asegurar las ruedas con piedras del camino, ascendimos el último trecho.

Imaginad el silencio y la oscuridad de aquel campo santo. A través de unas escaleras esculpidas en piedra, la ermita nos dió la bienvenida en silencio. Puesto que está cerrada al público, acampamos directamente bajo la fachada, cubiertos por el tejado de madera nueva que adorna el pórtico. Tras varias horas explorando el terreno, recorriendo las ruinas de la antiquísima iglesia sobre las que se erige la ermita, grabando bajo la mínima luz de un frontal en una noche sin luna, nos fuimos a dormir, bajo la presencia protectora de la virgen que adorna el campanario, mecidos bajo un cielo estrellado, cuyo silencio era penetrado de improviso por el canto tardío de una rapaz desde algun lugar del valle.



Pero fué por la mañana cuando sobrevino la sorpresa. Al salir de la tienda, y después de un rato desperezándonos, durante el que ninguno de los dos lo habíamos visto, encontramos algo que no debería estar ahí. Junto a la tienda, dejado con cuidado sobre la madera de un banco viejo situado junto a uno de los pilares de entrada, encontramos un pequeño bordón de paño, atado cuidadosamente con un lazo rojo. Al abrirlo, se nos iluminó la mirada. En su interior, dos pequeños talismanes, una estrella blanca nacarada de seis puntas, el sello de salomón, y un corazón púrpura gemado de cristales en su interior.

Ninguna nota, ninguna explicación. No hay nada en kilómetros a la redonda. Nadie sabía que estábamos allí. Y los amuletos no podían estar ahí al acostarnos porque aparecieron justo en el lugar dónde habíamos fijado la cámara para hacer las últimas fotos de la noche. Pero sea quien sea quien subió hasta allí en plena noche, para regalarnos estos símbolos de buena suerte, cargados seguro de buenas intenciones, sólo nos queda darle las gracias de corazón, pues quien actúa de esta manera sin pedir nada a cambio es un alma buena, y su acto, tan inesperado y misterioso como lleno de encanto, impregnó de buenas sensaciones el resto de nuestra experiencia allí.



Agradecidos por el gesto, con nuestros nuevos amuletos atados al pecho y a la cámara de fotos, dedicamos todo el día a visitar todos los pueblos circundantes, tan vacíos y silenciosos como Antiguedad, fotografiando y descubriendo sus ermitas, sus iglesias, sus gentes. Pórticos románicos, iglesias góticas, arcos ojivales, piedras milenarias, vírgenes misericordiosas llorando a Cristo en la cruz, cigueñas que ya no migran y deciden vivir para siempre sobre las atalayas de piedra de estas construcciones, donde antaño el espíritu impregnaba antiguas ceremonias, plegarias y favores, y donde las personas aún no habían olvidado que todos somos hijos de un mismo dios, sea cual sea su forma.

Por la noche, de regreso, nos detuvimos en la ermita de Garón. Está situada al otro lado de Antiguedad, y marca respecto a la de Villella una línea de fuerza telúrica que cruza todo el valle. Aquí el misterio nos asaltó. Nada más salir del coche, y sobre el foco de luz que los faros proyectaban sobre un esquinazo de la ermita, una extraña sombra trepó hasta lo alto y desapareció detrás del tejado del pórtico de entrada. Nos quedamos un momento en silencio, antes de preguntarnos mutuamente si habíamos visto eso. Y sí, los dos lo habíamos visto.

No pretendemos explicar que era, pero era grande, recorrió más de tres metros de fachada en menos de dos segundos y no hizo el mínimo ruido. Demasiado grande para ser un reptil. Demasiado silencioso y ágil para ser un mamífero. Demasiado, simplemente, para ser lo primero que vimos al llegar a la ermita.

Permanecimos allí buena parte de la noche, alumbrado por un fuego que nos calentó las manos y nos silenció por dentro. Bebiendo el célebre agua de sus dos fuentes mágicas. Con la osa mayor justo sobre nosotros, volvimos a la ermita de Villella, donde aún teníamos la tienda. Es difícil explicar lo que el silencio del bosque hace sentir al que duerme bajo el pórtico de una iglesia. Y la noche preñada de perlas estrelladas nos volvió a mecer de nuevo bajo su manto.


El segundo misterio de nuestra expedición fué el misterio del nacimiento y de la vida. Desayunando en el bar del pueblo, una joven nos invitó a que visitáramos su finca, donde el día antes acababa de nacer un potro, el primero en cincuenta años en el pueblo. Todo un acontecimiento.

Y bajo el sol del mediodia, ese que alumbra el rosetón de vidrial del extremo derecho de todas las ermitas, y agasajados con vino y chorizo de la zona, contemplamos a este pequeño ser recien llegado al mundo, escondido bajo la presencia imponente de su madre, que bufaba y amenazaba a todo el que se atrevía a acercarse demasiado a su bebé, que nos miraba extrañado e incapaz de comprender nuestra presencia allí.

No deja de ser un misterio mayor el hecho de que ninguno de los amables dueños supiera que la yegua estaba embarazada, y que el potrillo vino al mundo por sorpresa y sin previo aviso, para llenar de alegría y encanto a todos los que estábamos allí.

Buena suerte. Esa es la estrella que nos alumbró hasta el final del viaje, regalandonos una experiencia inolvidable en este pequeño y oculto lugar, lleno de buenas gentes, reservadas pero amables, donde los atardeceres tiñen el cielo de rojo y proyectan sombras fantasmales bajo sus árboles solitarios, y donde el mundo se para, en silencio, para que uno pueda recogerse en la paz de sus llanuras interminables y en el misterio de un lugar donde el tiempo no existe.

¿FIN?




GUÍA PRÁCTICA DE ANTIGÜEDAD.

(Pronto subiremos más vídeos)

Texto, fotografías y vídeos por Jiménez Brothers (más fotografías en www.sacalacamara.blogspot.com, más textos en www.pelotasdegoma.blogspot.com)