1 de julio de 2008

Poesías de un despertar....


Apocalipsi



El aire que me envuelve
la luz en los portales
las manos recogidas
la lluvia en los cristales

la eterna incertidumbre
el cielo entretejido
el duelo y la renuncia
del fruto que es prohibido

el llanto de la herida
la dicha interminable
del alma arrepentida







Senda errada



Sueño con caminos ya marcados.
Sueño con océanos inertes.
Sueño con los ángeles alados,

y en mis sueños, sueño que me advierten…

En sus trompetas claman fugaces,
ecos de mis sendas erradas…

Me parece oír cantos sombríos,
o un lamento en sus voces calladas…
Me he adentrado por extraños caminos,

he visto muchas encrucijadas,
y he blandido entre alambres de espino,
con la piel y la ropa rasgadas…

Ahora sé lo que siente uno dentro
cuando en yerro se bruñe el destino.
Es la culpa de aquel que aún no entiende…

bueno el yerro si enseña el camino.
Cuando llegue a las playas vacías,
guardaré tras su funda mi espada,

que mi espada es mi saber del mundo,
y ahora sé que no vale nada.
Yo seré aquella barca en el mar,


y el albor, sobre aquella quebrada…
Qué difícil me fué comprender
que no hay nunca senda errada.












El viento




Prefiero la bondad a la inteligencia.
Porque la bondad sin inteligencia es inùtil,
pero la inteligencia sin la bondad es perversa.
Y aùn prefiero aquel sabio tranquilo,
poseedor de sus tempestades,
que sòlo se esfuerza en su entrega,
desterrado del tiempo
y abandonado
al silencio del viento renuente...


fotografía y texto
Juan José Jiménez Ríos


19 de mayo de 2008

Sueño de otros

"Míralos, cómo caminan, y en su yerto caminar, juega Aquél con viejos hilos, ora aquí, ora allá. Los maneja y los conduce, no descansará jamás... Ellos creen que juegan solos. Él lo sabe, nadie más. Pero Ése no les dice que en su yerto caminar, cada paso está contado, cada gesto es inmortal... Vil teatro, marionetas de un engaño magistral...."


"Incapaces de entender el prodigio de la condición, desvelada...
del Ser, consciente de sí mismo.
Con los ojos siempre abiertos sin ver nada,
de la madeja que nos teje, callada...
que de sí misma nos conforma....
Incapaces de librarnos de la forma,
como prisioneros de una cárcel vallada,
donde no hay vallas, ni alguacil, ni hay nada..."

"De nosostros mismos asombrados, sueño en el sueño de otros, por los otros contemplados...
Como péndolas que en las campanas, tañen ecos de imaginación...
Multitudes en nosotros, en mí mismo hallé legión. Para siempre amando y odiando. Juez y espada, esperando, en la última estación..."

"¿Cómo continuar, si nada sabemos?
¿ Quiénes somos, si sólo sucedemos?
Frente al fuego un anciano contempla su historia...
Cómo saber quiénes somos, si sólo somos memoria.... "













Fotografía y texto, Juanjo Jiménez






11 de marzo de 2008

Escocia Mística


Tierra de leyenda, de vastas montañas solitarias, de cielos oscuros y nublados, sobre ciudades medievales esculpidas en piedra negra. Tierra de druidas, de poetas y de guerreros, cuna de Walter Scott y de William Wallace. Tierra misteriosa, oscura, inabarcable, azotada por un viento agotador que susurra ecos del pasado...


Ritos de magia, Cantos guerreros, versos que cantan a una tierra sin nombre. Reyes destronados, príncipes asesinados, lúgubres mazmorras donde aguarda el olvido. Una tierra salvaje, en cuyos valles encantados aún resuenan versos de Scott...."La rosa es más bella bañada por el rocío de la mañana, y el amor más hermoso humedecido de lágrimas..."

Valles oscuros que esconden lagos oscuros, y extrañas historias de seres imposibles que en sus aguas han visto vagar....

Y una Gran Ciudad, bella como ninguna....Edimburgo...



Grandiosa entre mil montañas,
tras su espalda
ruge el mar. De oscuros y fríos vientos,
y en sus piedras,
el lamento
de quien no supo olvidar…

Mil historias escuché, a la luz del fuego narrar…
Catedrales de oro y piedra,
oíd sus calles,
silenciosas...
De atormentados castillos
y de poetas sin fosas,
y de sangre vertida
al derramar…

Recuerdos de un mal amar,
de un dolor casi violento…llantos como un firmamento de lágrimas sin hogar...

Entre tus calles de añeja piedra,
yo vi a mi vida pasar,
huyendo burlada
y cobarde…
y así aprendí a fracasar.


¡Violínes ahogados, cantad!
hacedlo por no llorar…
Viejas historias contad,
vastos muros huídos…

Oscuras calles oirán...
Tal vez, de amores perdidos,
o de lágrimas
que se arrastran
por llegar hasta el mar…









Texto, fotografía

y poema "Edimburgo", Juanjo Jiménez

9 de marzo de 2008

Perú Mágico

He atravesado sus inmensas cordilleras de piedra y selva, hasta la Gran Ciudad Prohibida, lugar sagrado envuelto en la leyenda de sus ritos paganos y de las cumbres misteriosas que la custodian....""las luces se ven allí, sobre las montañas" -dice mi guía -. ¿Ovnis? - le pregunto. Y el asiente. Eso no importa, es parte del mito. Pero este lugar tiene algo. Impresiona. Me pregunto qué debían saber y sentir las personas que vivieron aquí...Cuando bajo de nuevo a Aguas Calientes me siento nuevo y diferente....


He visto al Gran Dios, sumergido en la noche de la jungla, en compañía de un extraño chamán, y de nuestra Siempre Sabia y Bienamada Doctora Ayaguasca...."Todo es mente" -me dice el chamán. Y luego se queda en silencio mientras fuma su pipa negra, y me canta echando el humo, para ahuyentar los malos espíritus que se esconden en la oscuridad de la noche.....Me acuerdo de Don Juan con Mescalito...."Doctora ayaguasca...."-intento decir - "No hables" - contesta - ...con la mente, no más...." y me pierdo en el silencio de la selva, que me envuelve....y un Gran Ojo me mira..... Escuchar la jungla por la noche sobrecoje. Se te mete muy dentro. La fuerza de este lugar no se puede describir. Hay que sentirlo. La selva te habla, y uno se estremece, atónito y humilde....y se queda en silencio, asombrado de semejante milagro....el placer ha sido mío, bienamada doctora, gran sabia Ayaguasca, planta sagrada y misteriosa....


Al día siguiente, ya de día, tras dos horas de camino detrás de un nativo a través de la jungla, nos paramos a descansar frente a la entrada de un lago. "Llevo mas de veinte años recorriendo esta selva. La conozco bien ... aquí en las noches se oyen cantos....- y se queda mirando la selva que surge desde las entrañas del lago. "¿Cantos? -le pregunto. "Si, son las sirenas..."- se levanta y
reemprende el camino, como si lo que acabara de decir fuera lo más normal del mundo....


He navegado por su mar interior, el Titicaca, que fué el mar de los Uros, cuya sangre era negra y cuyos ritos sagrados se basaban en el recuerdo de su origen no terrestre... He cruzado sus desiertos de tierra muerta y roja, surcada de extrañas figuras de cientos de metros de longitud, horadadas en la arena yerma del desierto nadie sabe cuándo ni por qué....



Ya no soy el mismo.
Este lugar es un enigma. Perú Mágico. Extraordinario. Otro mundo.









Fotografía y texto, Juanjo Jiménez





4 de marzo de 2008

Bienvenidos a Antigüedad (y II)








Lo prometido es deuda. Los Jiménez Brothers, cargados con cámaras, grabadoras y ese sentimiento ineludible de quien se aventura hacia lo desconocido, hemos cruzado las llanuras castellanas BUSCANDO VER. Si Iker Jiménez nos mostró la cara oculta de este pueblo esculpido en la leyenda, nosotros hemos querido llegar más allá. Y tenemos que decir que el halo que rodea Antigüedad, en forma de luces que sobrevuelan los campanarios y de cánticos brotando de las paredes de sus ermitas, seguirá siendo indescifrable. No ha querido el caprichoso hado que fuéramos testigos del mito. Y sin embargo, este antiguo pueblo desconocido nos ha regalado muchas otras sorpresas y nuevos misterios.


Caía la noche cuando llegamos al pueblo. Las carreteras que rodean el enclave son sinuosas y solitarias, y en la oscuridad del atardecer, necesitamos recorrerlas una y otra vez hasta encontrar el desvío que abandona la carretera para adentrarse en el pequeño valle que conduce al promontorio sobre el que se alza, humilde y majestuosa, la no menos misteriosa ermita de Villella. La inclinación y humedad de la pendiente nos obligó a varar el coche a cien metros de la ermita. Después de asegurar las ruedas con piedras del camino, ascendimos el último trecho.

Imaginad el silencio y la oscuridad de aquel campo santo. A través de unas escaleras esculpidas en piedra, la ermita nos dió la bienvenida en silencio. Puesto que está cerrada al público, acampamos directamente bajo la fachada, cubiertos por el tejado de madera nueva que adorna el pórtico. Tras varias horas explorando el terreno, recorriendo las ruinas de la antiquísima iglesia sobre las que se erige la ermita, grabando bajo la mínima luz de un frontal en una noche sin luna, nos fuimos a dormir, bajo la presencia protectora de la virgen que adorna el campanario, mecidos bajo un cielo estrellado, cuyo silencio era penetrado de improviso por el canto tardío de una rapaz desde algun lugar del valle.



Pero fué por la mañana cuando sobrevino la sorpresa. Al salir de la tienda, y después de un rato desperezándonos, durante el que ninguno de los dos lo habíamos visto, encontramos algo que no debería estar ahí. Junto a la tienda, dejado con cuidado sobre la madera de un banco viejo situado junto a uno de los pilares de entrada, encontramos un pequeño bordón de paño, atado cuidadosamente con un lazo rojo. Al abrirlo, se nos iluminó la mirada. En su interior, dos pequeños talismanes, una estrella blanca nacarada de seis puntas, el sello de salomón, y un corazón púrpura gemado de cristales en su interior.

Ninguna nota, ninguna explicación. No hay nada en kilómetros a la redonda. Nadie sabía que estábamos allí. Y los amuletos no podían estar ahí al acostarnos porque aparecieron justo en el lugar dónde habíamos fijado la cámara para hacer las últimas fotos de la noche. Pero sea quien sea quien subió hasta allí en plena noche, para regalarnos estos símbolos de buena suerte, cargados seguro de buenas intenciones, sólo nos queda darle las gracias de corazón, pues quien actúa de esta manera sin pedir nada a cambio es un alma buena, y su acto, tan inesperado y misterioso como lleno de encanto, impregnó de buenas sensaciones el resto de nuestra experiencia allí.



Agradecidos por el gesto, con nuestros nuevos amuletos atados al pecho y a la cámara de fotos, dedicamos todo el día a visitar todos los pueblos circundantes, tan vacíos y silenciosos como Antiguedad, fotografiando y descubriendo sus ermitas, sus iglesias, sus gentes. Pórticos románicos, iglesias góticas, arcos ojivales, piedras milenarias, vírgenes misericordiosas llorando a Cristo en la cruz, cigueñas que ya no migran y deciden vivir para siempre sobre las atalayas de piedra de estas construcciones, donde antaño el espíritu impregnaba antiguas ceremonias, plegarias y favores, y donde las personas aún no habían olvidado que todos somos hijos de un mismo dios, sea cual sea su forma.

Por la noche, de regreso, nos detuvimos en la ermita de Garón. Está situada al otro lado de Antiguedad, y marca respecto a la de Villella una línea de fuerza telúrica que cruza todo el valle. Aquí el misterio nos asaltó. Nada más salir del coche, y sobre el foco de luz que los faros proyectaban sobre un esquinazo de la ermita, una extraña sombra trepó hasta lo alto y desapareció detrás del tejado del pórtico de entrada. Nos quedamos un momento en silencio, antes de preguntarnos mutuamente si habíamos visto eso. Y sí, los dos lo habíamos visto.

No pretendemos explicar que era, pero era grande, recorrió más de tres metros de fachada en menos de dos segundos y no hizo el mínimo ruido. Demasiado grande para ser un reptil. Demasiado silencioso y ágil para ser un mamífero. Demasiado, simplemente, para ser lo primero que vimos al llegar a la ermita.

Permanecimos allí buena parte de la noche, alumbrado por un fuego que nos calentó las manos y nos silenció por dentro. Bebiendo el célebre agua de sus dos fuentes mágicas. Con la osa mayor justo sobre nosotros, volvimos a la ermita de Villella, donde aún teníamos la tienda. Es difícil explicar lo que el silencio del bosque hace sentir al que duerme bajo el pórtico de una iglesia. Y la noche preñada de perlas estrelladas nos volvió a mecer de nuevo bajo su manto.


El segundo misterio de nuestra expedición fué el misterio del nacimiento y de la vida. Desayunando en el bar del pueblo, una joven nos invitó a que visitáramos su finca, donde el día antes acababa de nacer un potro, el primero en cincuenta años en el pueblo. Todo un acontecimiento.

Y bajo el sol del mediodia, ese que alumbra el rosetón de vidrial del extremo derecho de todas las ermitas, y agasajados con vino y chorizo de la zona, contemplamos a este pequeño ser recien llegado al mundo, escondido bajo la presencia imponente de su madre, que bufaba y amenazaba a todo el que se atrevía a acercarse demasiado a su bebé, que nos miraba extrañado e incapaz de comprender nuestra presencia allí.

No deja de ser un misterio mayor el hecho de que ninguno de los amables dueños supiera que la yegua estaba embarazada, y que el potrillo vino al mundo por sorpresa y sin previo aviso, para llenar de alegría y encanto a todos los que estábamos allí.

Buena suerte. Esa es la estrella que nos alumbró hasta el final del viaje, regalandonos una experiencia inolvidable en este pequeño y oculto lugar, lleno de buenas gentes, reservadas pero amables, donde los atardeceres tiñen el cielo de rojo y proyectan sombras fantasmales bajo sus árboles solitarios, y donde el mundo se para, en silencio, para que uno pueda recogerse en la paz de sus llanuras interminables y en el misterio de un lugar donde el tiempo no existe.

¿FIN?




GUÍA PRÁCTICA DE ANTIGÜEDAD.

(Pronto subiremos más vídeos)

Texto, fotografías y vídeos por Jiménez Brothers (más fotografías en www.sacalacamara.blogspot.com, más textos en www.pelotasdegoma.blogspot.com)

6 de febrero de 2008

El retorno del yeti


Reportaje completo de la primera travesía realizada por un occidental, José Ramón Bacelar, de la ruta prohibida que une el Alto Dolpo y Mustang; Leopardo de las nieves, barales y huellas inéditas de un yeti en una tierra hasta hace poco inexplorada.


Es un primero de noviembre gélido. Las mulas no han pasado buena noche. El reloj marca las siete de la mañana mientras el pequeño campamento cobra vida. La jornada que les espera por delante recorre durante tres horas un sistema de valles lunares siempre en sentido este, para más tarde ascender hasta un corredor a 4.900 metros donde uno ha de esforzar la vista para ver el final. Lo conocen como Charka La y lleva directamente a Charka. Llevan retraso -hace quince días que comenzaron a caminar sin parar en jornadas de ocho horas-, pero por ahora el frío les retiene en sus sacos.


Lo primero por lo que José Ramón Bacelar se preocupa es por la hora. Lo segundo, por las acémilas. «Me preocupan los ojos de las mulas con el sol y la nieve. ¿No tienen oftalmias como los humanos?», escribe José Ramón en su diario. Cuando sale de la tienda se encuentra con algo más que las mulas. Un rastro de huellas rodea el campamento, llega a cuatro metros de las bestias de carga y pasa a veinte centímetros del lugar donde la cabeza de Bacelar reposaba durante la noche. «¿A qué le habré olido?», bromea más tarde en su diario, tras comprobar que las huellas encontradas son de un arrojado leopardo de las nieves. Ha estado afilando sus uñas y olfateando, y se ha marchado.


Después de las fotos de rigor parten en dirección a Charka. Nueve horas de marcha y al anochecer asoman por la ciudad. «Si tenemos suerte mañana iniciaremos los tres días de travesía a Lo Mantang». José Ramón va a afrontar por primera vez la ruta de Dolpo a Mustang. Ningún occidental lo ha hecho. Y en realidad, está prohibido debido a los conflictos entre Nepal y China.


Amanece, a siete bajo cero, el 2 de Noviembre, con noticias buenas y menos buenas. Ese día le es imposible continuar la marcha. Toca descanso. Por otro lado unos caballos están dispuestos a salir el día siguiente hacia Lo Mantang, con lo que la expedición añadirá tres nuevos miembros, que se unen a Chandra, el sirdar y a Asman, el cocinero. Mirándolo bien quedarse en la ciudad no es tan malo, pues se va a celebrar una Puya, una celebración budista, y José Ramón, estudioso de dicha religión, no se tiene intención de perdérsela. Aunque el resto del día la gripe que carga desde hace horas le relegue al saco.


La ruta del cordero azul


Hay muchos momentos en que la fiebre y el dolor dejan de importar, o más bien se olvidan. José Ramón Bacelar le prestó el teléfono satélite a una mujer. Ésta llamó a su hijo, residente en Katmandú y con el que no había tenido contacto en una década, y convirtió un gesto trivial en un momento extraordinario.


Por Charka hace mucho tiempo que los años dejaron de correr, manteniendo el espíritu disciplinado y sereno de los que vinieron antes que ellos. Y excepto los monjes y los porteadores, en general, la gente no sabría describir un teléfono satélite. Sí saben que pueden usarse al instante para hablar con quien más necesitan. Esa mujer llora mientras habla con su hijo. Llora de alegría y de lejanía. Llora como madre, mientras con la mano amasa una torta de excremento de Yak, su combustible. «En una mano el siglo XII y en la otra el XXI», pensaba José Ramón.


Fue un día duro ese 3 de noviembre. Sin paradas. El sistema de valles les conduce a Kyang, para seguir rumbo este. Ascienden derreras y derrubios hasta un collado desde el que comienza un valle alto, plano y herboso. Ha sido un día soleado, en el que los hados les han vuelto a cruzar con una sorpresa. Durante la marcha han podido observar dos rebaños de más de sesenta ejemplares de barales, el cordero azul. En este lugar la soledad es extenuante y la caza inexistente. Estos corderos sagrados pacen tranquilos, como si a unos kilómetros sus hermanos no hubiesen ido desapareciendo, a la vista, aunque escondidos.


La ruta continúa saciando esa necesidad incansable de exploración. José Ramón no duda en ponerle un nombre. La ruta del Cordero Azul. Aunque la lista se ampliará tras los hechos del día siguiente.


El día 4 les trae sol. Y lo necesitan. En el interior de las tiendas la temperatura alcanza los -12 grados y en el exterior, los -18. José Ramón se consuela: «Hoy por fin pasaremos el último collado para alcanzar Lo Mantang, capital del reino de Mustang. Se ha congelado el boli. Espero escribir esta noche en la otra vertiente». Ha dormido mal, se nota la altura y la ausencia de nicotina. Dejar de fumar antes de la expedición le ha resultado difícil, pero el espectáculo vivo del Himalaya es una buena terapia. Ascienden lentamente el valle, flanqueado por suaves seismiles, quizá la mayoría sin cartografiar. El camino es incomodísimo. Pocos han pasado por aquí. Su legado son los hitos que de cuando en cuando se levantan sobre el caos de piedras.


Su altímetro marca 5.400 pero en realidad están a 5.700 metros sobre el mar. El silencio es absoluto. La nieve cubre la superficie yerma del valle. Chandra se ha detenido y señala el camino. ¡Yeti!, grita.


Huellas a 5.700 metros


Jose Ramón ha llevado su diario más veces que nadie en España al Himalaya. Y más veces que la mayoría de fuera. En 1.980 forma parte del primer grupo de españoles que realiza un trekking en Bhután, ha recorrido por primera vez algunas rutas en Nepal, India, Pakistán y Tíbet. Estudia budismo tibetano desde 1.982. En 1990 funda Sanga, agencia de viajes especializada en oriente y expediciones de alta montaña a la cordillera del Himalaya y Patagonia. Conoce aquella cultura, la comprende y hasta la ama. Ha leído todos los clásicos sobre el Yeti, libros de todas las clases. Libros de humor, de aventura, de alpinismo. Ha visto centenares de fotos de huellas, desde las del libro de Shipton, Everest 1951, del que conserva una primera edición hasta las de Messner. Conoce sus conclusiones. Y ha de reconocer que efectivamente aquellas huellas, a tal altura y en tas perfectas condiciones no se han visto jamás. Cinco dedos y uñas, la marca del tobillo. José Ramón se sienta unos segundos: «Joder, en el 2006 aparece una huella de yeti cuando ya había quedado claro que era un tipo de oso pero aquí, a 5.700, en estos valles inhóspitos y aparece otra, y otra...». Bacelar no da crédito. Piensa en una recompensa del Himalaya tras tantos años de dedicación. Le muestra lo que estaba vedado a los grandes nombres de la exploración: «¿A mi?¿A José Ramón Bacelar?».


Siguen las huellas. Los caballistas tibetanos no albergan dudas, ni hacen mucho caso a las señales. O ninguno. Continúan su camino, por un lado, recordando mientras algún encuentro con el "mitu". La cámara de Bacelar dispara sin medida, y más aún cuando llegan a un lago helado, uniforme, y ante ellos se despliegan incontables huellas siguiendo un camino. Bien marcadas sobre la nieve virgen, recientes. A mitad del lago, un gran rastro llama la atención de José Ramón. Al acercarse descubre las señales de un juego. El animal se detuvo en tal lugar, se sentó, se distrajo y orinó. Y aunque el sol estaba en el zenit y las sombras no se apreciaban con claridad, la cámara recoge el amarillo de la nieve.


«Durante el siglo pasado había porteadores descalzos que recorrían el camino, pero ahora no hay porteadores descalzos, y menos en estos valles. Somos los primeros occidentales más el equipo local de tibetanos que afrontamos este collado», escribía por la noche Bacelar, poco antes de lamentarse por no haber recogido muestras de orina para su análisis.


Sin embargo, José Ramón Bacelar va a regresar, acompañado por un científico, en busca de la orina, que puede permanecer hasta dos años en el hielo para su posterior estudio. Y es que desde 1921, cuando el coronel Howard-Bury, jefe de la primera expedición británica al Everest, observó siluetas en pendientes nevadas de hasta 6.000 metros, la figura del yeti ha conservado su halo de misterio perenne. Un misterio que une la zoología con la mitología, la realidad de un ser vivo con la impronta mística de un dios que camina y se oculta, capaz de traer buenas noticias o irremediables maldiciones. O eso cuentan en la mayoría de aldeas del Himalaya, los que se atreven a contarlo. Y es que resulta extraño que, a pesar de los incontables nombres por los que es llamado el "hombre de las nieves" (chemo, chemong, dremo...), las historias siempre se fundan y compartan un mismo protagonista: un ser bípedo, de espeso bello enmarañado, agresivo unas veces, esquivo e inteligente siempre y suficientemente dotado como para hacer temer un enfrentamiento.


El yeti no descansa


En 1832, el primer representante del Gobierno británico en Nepal, Brian H. Hodson, hacía referencia a una bestia que andaba erguida, cubierta de pelo largo y oscuro y sin cola. Desde entonces las informaciones sobre el yeti (o el Sasquatch en el continente americano, a donde pudo trasladarse el animal antes de la separación de Asia y América) siempre han venido precedidas por la polémica, la falta de rigurosidad en muchas ocasiones, y la leyenda. Una leyenda acrecentada por los cuentos tibetanos y sus experiencias, por los raptos de mujeres y los asesinatos de yaks, por la incapacidad humana para demostrar su existencia como oso, primate o eslabón perdido, habiéndose aportado pruebas de todo ello y cayendo en el olvido, muchas veces por buenos motivos, después.


Los británicos (encabezados por Shipton) encontraron las primeras huellas, los alemanes (capitaneados por Ernst Schäfer y Bruno Beger) enviaron las primeras expediciones en busca de un ser que uniese la antigua y divina raza aria (o nórdica) con el alemán que revolucionaría el mundo, numerosos alpinistas de todo el planeta han dado testimonio de sus encuentros con un ser que silba, arroja piedras, camina a dos patas y se muestra terrible, a veces, y familiar, otras, Reinhold Messner pasó más de diez años de su vida intentado desentrañar el misterio del yeti, y su conclusión tras largas jornadas de viaje y estudio, es que se trataba de un oso. Un oso que ha logrado sobrevivir entre las recónditas laderas de la Gran Cordillera del Mundo, alejado del hombre y que se ha propagado por lugares remotos, ignotos y de difícil acceso. Desde Bután a Vietnam, de Estados Unidos a Mustang, del desierto del Gobi (el oficial polaco Slavomir Rawitsch a principios de la década de 1940 descubrió allí a una pareja de extraños seres "extraordinariamente grandes y que andaban erguidos") a las soledades de Nepal, el yeti no descansa, y marcha imperturbable a conservar el carácter de mito que le ha protegido durante más de un siglo.


Quizá por eso está vez se ha visto sorprendido por el primer occidental que cruza del Alto-Dolpo a Mustang, una ruta prohibida, una zona en blanco en los mapas, un lugar de soledad y caos rocoso, donde las leyendas pueden vivir en paz.


Proyeto Oso


David Garshelis es profesor adjunto del Departamento de Pesca, Vida Salvaje y Conservación Biológica de la Universidad de Minnesota. Además, razón por la que nos dirigimos a él, es Jefe del Proyecto Oso de la misma universidad. "Sin duda, encontrar evidencias de la presencia de osos a 5.700 metros es algo inusual, aunque hay indicios de osos pardos de la India que han alcanzado los 5.500 metros". Pero para el profesor Garshelis, lo interesante era el lugar del encuentro: "Que esto haya ocurrido en Nepal es algo extraordinario. Los últimos informes de osos pardos en aquellas regiones corresponden a 1993, en el valle de Damodar Kunda (distrito de Mustang) a 4.700 metros". Garshelis no tenía la solución, y probablemente a estas alturas no la tenga nadie. La explicación más popular es que el yeti se trata de un oso pardo que ha aprendido a evitar al hombre para sobrevivir. David nos remitió a su colega el Dr. Sathyakumar, experto en zoología del Instituto de Vida Salvaje de la India.


Sathyakumar, tras ver las huellas, también la reconoció como pertenecientes a una especie de úrsido, aunque alargadas por la incidencia del sol en la nieve, y hacía referencias a otras huellas encontradas en el Valle de Zanskar y en Ladakh a alturas próximas a los 6.000 metros. Aunque todo parece confirmar que ya hay suficientes pruebas para dar por válidas las teorías de Messner, existen detalles sobre los relatos del yeti que no han sido resueltos.


El hecho de que el animal camine erguido ha traído de cabeza a numerosos investigadores, aunque los habitantes del Himalaya estén seguros de ello. El propio Gharselis explica que ciertos osos pueden caminar a dos patas durante tramos no superiores a 20 metros, mientras que su compañero en la International Association for Bear Research and Management, Bruce MacLellan, afirma que rara vez esto es posible, a menos que los osos hayan sido entrenados en un circo: "Los osos pueden mantenerse sobre sus dos piernas durante un muy corto espacio de tiempo. Suelen hacerlo para olfatear el aire". Quizá el mayor problema para investigar el comportamiento de estos osos es su complicada búsqueda. Bruce añade que no es factible conocer el número de ejemplares de oso pardo en el Himalaya, pues estos son muy escasos y difíciles de encontrar por lo que su seguimiento sería una empresa rayana en lo imposible.


Parece una dura tarea, para todos los que la han afrontado, desenmascarar a una de las figuras más emotivas de la tierra, integrada en la religión y la cultura, utilizada como moneda de cambio, negocio y espectáculo, temida por muchas tribus centroasiáticas, venerada por otras, el yeti permanece paciente a la espera de que su enigmática presencia deje de considerarse un misterio. Mientras tanto, muchos aún podrán soñar con un mundo donde el hombre no lo sabe todo, donde quedan espacios a los que poner nombre en un mapa y donde algunas preguntas aún pueden hacernos sentir más pequeños.


Vea el vídeo. Galería fotográfica. Opine en el foro.


Publicado en Desnivel nº 259 y Desnivel.com


Fotografías de José Ramón Bacelar, texto de Jorge Jiménez Ríos

26 de enero de 2008

Las huellas del yeti

Aprovechamos su visita a la Librería Desnivel para hablar con José Ramón Bacelar, quien fotografió las huellas más recientes de un yeti, con César Pérez de Tudela y con Rafael Cobo, experto en úrsidos, acerca de uno de los grandes misterios del Himalaya.


Existen, en el Himalaya, dos rutas que se pueden considerar como trekking extremo, siendo estas unas de las menos frecuentadas de la tierra; una en Bhutan, en la vertiente sur de la cordillera, que atraviesa espesas junglas, y la travesía Dolpo-Mustang, en su vertiente norte, que discurre por una zona virgen del Tíbet. Un territorio que fue explorado por un occidental por primera vez en noviembre de 2006, cuando José Ramón Bacelar cruzó una tierra que no aparecía en los mapas. Una tierra de silencio, donde, a buen seguro, pueden sobrevivir los mitos.
Quizá por eso, buscando una soledad tan inspiradora como atroz, José Ramón, Director de la agencia de viajes Sanga, uno de los hombres vivos que cuenta con más expediciones al Himalaya (por encima de las 70) se aventuró, acompañado por su sirdar, un cocinero y tres caballistas por una ruta prohibida, debido en gran medida a los conflictos con China. Así que hasta allí le llevó su afán por conocer y redescubrir una tierra que el tiempo ha olvidado -aunque sus gentes le han devuelto la moneda-, donde no sólo la cultura y la filosofía acogen al viajero, también el espíritu se eleva, si eso es posible, un poco más alto, un poco más libre, rodeado por las inmensidades caóticas que allí gobiernan.

Y el sacrificio físico y mental (encima dejó de fumar en una fría noche durante la expedición) que suponía emprender un camino desconocido fue recompensado, por el azar, o por el propio Himalaya, en forma de animal. Encontró pruebas de la presencia de un leopardo de las nieves en su mismo campamento, alcanzó a ver el mayor rebaño de corderos azules que recuerda, en una ladera, majestuosos, y por último descubrió y fotografió las huellas de un yeti, a una altura sin precedentes, 5.700 metros, en lo que bautizarían como el Empty Valley, el Valle Vacío. Tres de los mitos de la zoologia, entiéndase mito como ser poco probable y de enorme influencia, en menos de una semana. El baral, o cordero azul, es difícil de ver, y menos aún en tamaño número. El leopardo de las nieves, "the tiger", aún sigue siendo, a pesar de que se han llegado a filmar y fotografiar, un hermoso enigma. El yeti, por contra, continúa como una leyenda a caballo entre la realidad y el misticismo. Puede ser un oso, pero su halo es mucho más romántico.

Seguir imaginando


Todo lo que ha rodeado a los yetis se ha visto enfocado desde dos puntos de vista bien diferenciados; se pueden tomar como base las referencias de algunos expertos, investigadores y un buen número de alpinistas, y creer que es un oso, una especie desconocida, capaz de sobrevivir a tal altura, en una de las regiones más complicadas del planeta, o se puede creer en que el hombre no lo sabe, no lo conoce, todo. La segunda de las hipótesis suele ser tomada por locura, desvarío y, sólo en ocasiones, por genialidad, aunque no es el momento de repasar la infinidad de casos en los que una idea distinta fue enterrada, sepultada por la supuesta razón, hasta que su luz estalló, cambiando, las más de las veces, una pequeña porción del pensamiento. Y sin embargo, lo más probable, es que ambas creencias tengan mucho más en común de lo que se presupone, como exponía Reinhold Messner en su libro Yeti, leyenda y realidad.

Este miércoles, en la Librería Desnivel, José Ramón mostró, por primera vez en público, las fotografías de huellas que tomó en 2006, unas imágenes inéditas, sobrecogedoras y que superan, sobre todo en capacidad expresiva, cualquier prueba anterior sobre la existencia de los yetis, sean estos lo que sean. grupo de personas y de personajes, entre ellas César Pérez de Tudela, que no necesita presentación, y Rafael Cobo, geólogo, himalayista y experto en úrsidos. Hablamos con los tres, no con el fin de esclarecer el misterio, si no con la intención de hacer llegar a todos una incógnita que debe animarnos a abrir la mente. Resolverlo es lo de menos y como dice Bacelar: "La sabiduría no se alcanza con la solución, si no con el camino que quizá te llevé hasta ella". Y es que algunas leyendas merecen seguir vivas, aunque solo sea para ayudarnos a seguir aprendiendo, a seguir imaginando.


Vídeo-entrevistas a César Pérez de Tudela, J.R. Bacelar y Rafael Cobo


Fotografía de las huellas: José Ramón Bacelar

Reportaje completo sobre la expedición
de José Ramón Bacelar y las fotografías en exclusiva en el número de febrero de
Desnivel y, próximamente, en

Desnivel.com


Publicado en francés en
Kairn.com